No quiero ser apocalíptico, y sobre este tema ya hemos comentado en otras ocasiones, pero es bueno volverlo a recordar. Los que trabajamos día a día en los viñedos, vamos observando una serie de anomalías que afectan o la que conocíamos como el comportamiento “normal” de nuestras viñas y de sus ciclos, plagas y enfermedades.
Con este otoño tan largo, en el que el invierno es un espejismo que no llega y a estas alturas de diciembre aún no hemos tenido ningún día de heladas, paseando por las viñas te sorprende ver muchas cepas con hoja e incluso robles y otras especies, que no se han desprendido de la suya.
Hace unos años tuve la oportunidad de traducir un texto publicado por unos investigadores sobre los problemas para la producción de uva de algunas regiones del norte de África, tradicionalmente productoras de uva de mesa.
Estos problemas estaban asociados a que la planta no disponía de suficientes horas de frío, temperaturas por debajo de 7 grados, que no llegaban a las 400 horas anuales y que esto generaba graves problemas en la producción de hormonas, vinculadas a la diferenciación floral y en consecuencia la pérdida de la capacidad productiva de entre un 75 y un 50%.
Quizás estemos muy lejos de llegar a ese punto en la mayoría de regiones vitícolas del mundo, pero está claro que las áreas de latitudes más al sur y altitudes muy bajas, pienso en todo el arco mediterráneo Español, Griego e Italiano, pueden verse comprometidas en unos años.
Creo que los gobiernos con esta cuestión son muy cortoplacistas, contraponen una pequeña o momentánea pérdida competitiva o inversión necesaria, al gran problema económico que se nos viene encima, desplazamientos de población, pérdida de tierras fértiles, desaparición de infraestructuras, pérdida de la capacidad productiva, guerras por los recursos naturales.
¿De verdad que no podemos hacer más de lo que se ha acordado en París? No me lo puedo creer, los ciudadanos debemos tomar la iniciativa que nuestros gobernantes no tienen, por el bien de nuestra especie.
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